La dulce melancolía ciñe su manto sobre mis hombros, y me atrapa en su hermoso velo, que ciega toda imperfección de mi pasado, y enaltece las glorias de lo ocurrido. Una sonrisa, un gesto, una palabra; Vuelven a mí como saetas lanzadas con una furia amorosa, sedientas de mis lagrimas, portadoras de pena y alegría. El niño que en mí mora anhela los días de tierna felicidad, y tomado la mano del hombre cansado ya por tanto vivir, emprende un alegre camino hacia los recónditos lugares de la memoria, jugueteando y disfrutando de los colores y olores que avivan imágenes y sonidos propios del pasados.
Quien soy yo, simple mortal, para traer a la vida fantasmas ya enterrados en un tiempo lejano?; pero para estos recuerdos los limites no existen, su presencia etérea llena cada rincón, cada momento, cada minuto, sobrepasando toda física y lógica; desafiando al tiempo, al espacio.
Y yo, victima de sus mortales encantos, caigo sumiso ante su voluntad, sumergiéndome en sus encantos, trampa malvada y mortal. Inocente a sus oscuros deseos, me adentro en un desfilar interminable de recuerdos; atrapado por tan glorioso espectáculo.
Envuelto en los bellos brazos de mi amada nostalgia, dormiré, esperando nuevamente por aquella remembranza: Divino alimento del corazón, y del alma.
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Hace 1 mes
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