23 de diciembre de 2011

En el muelle

   La gélida brisa jugueteaba con sus finos cabellos al pie de aquel muelle. Muelle que se internaba desafiante en el mar, como un brazo que se extiende ansioso por tomar entre sus dedos a la nave que traería de regreso a su hombre. Y ella esperaba, impasible, con un corazón que latía brioso en la espera; sus almendrados ojos escrutaban el horizonte; y sus manos, refugiadas debajo de su hermoso abrigo, se entrelazaban alrededor de la sortija que había aceptado años atrás.
   Al fin, un punto en el horizonte se dibuja y su corazón se detiene por unos momentos, justo lo suficiente para sentir que el aliento se le escapa de los labios. Es el barco de su amado; la sangre se le vuelve de fuego, y a sus oídos parece llegar el bullicio de los marineros.
     Casi no puede soportar ver el barco atravesar la bahía. La necesidad apremiante de abrazar a su esposo se apodera de su cuerpo,  la piel se le eriza con recordarlo, y sus labios tiemblan ante la emoción de poder besarlo nuevamente. Por fin la nave está lo suficientemente cerca para que ella pudiera verlo erguido junto al asta, con su porte firme y varonil; y en la mirada, ese contraste tierno que solo el poseía.
   Tras meses de estar lejos de él, ella no es dueña de sus emociones y sentimientos. Se arroja a sus brazos y esconde su pequeña cara en el pecho de su hombre. Las lagrimas le surcan en rostro, y lo abraza tan fuerte que siente sus propias uñas encarnársele en la espalda.

Con su gran mano el toma el rostro de su esposa, y ahi, en medio del muelle que ha sido testigo de dias de espera- sella con apasionado beso toda una temporada de suspiros y preocupaciones.

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