11 de enero de 2010

El señor tiempo y la señora vida

   Hoy me senté, y esperé; esperé a que pasara pasara el señor tiempo, caminando incómodamente en medio de la calle, casi arrastrando los pies, con su barba larga y gris, descuidada, casi harapienta, y mientras el pasaba, bajo el cielo color verde jade, moteado de nubes moradas, y arcoiris rectos, y yo estaba sentado esperando; alguien, en alguna ventana, puso un disco, de esos discos viejos, que sueltan notas dulces por doquier. Y por un momento, el señor tiempo se detuvo, ahí, parado a media avenida, levanto su rostro, con sus ojos entrecerrados por la luz del sol, busco de donde salían esas notas dulces, coloridas, que danzaban en un frenesí de alegría.
  Y mientras estaba yo ahí, sentado, esperando, pude ver como de la ventana de una casita, algo roída por el pasar de los años, se asomaba una mujer ya vieja, de rostro alegre, pero surcado por el paso de días y meses; de esa misma casa brotaban las notas de aquel alegre vals de color.  Aquella alegre mujer, cuyo torso asomaba casi amenazante por la ventana, agitaba los brazos y gritaba algo que, aunque llegó a mis oídos bastante audible, solamente el señor tiempo pudo entender. El rostro se le iluminó de pronto, se irguió,  y con un destello en sus cansados ojos, dio la media vuelta; mientras yo estaba sentado ahí, esperando.
   Los pies desnudos del señor tiempo, maltratados por el camino, echaron a andar, uno tras otro, de regreso por donde había venido, primero con un paso trémulo, inseguro; pero conforme iba avanzando, sus pies recuperaban agilidad, su barba perdía el color blanco cenizo, y sus hombros se enderezaban y fortalecían; el señor tiempo estaba regresando; y yo seguía ahí, sentado, esperando.
     Por fin llego al portal de aquella pequeña casa, blanca, bañada de los rallos del rojizo sol; pero la señora de la ventana no estaba, la música ya no sonaba, y las notas dulces que habían salido antes, ya no se miraban por ningún lado, más el señor tiempo esperó. Por fin la puerta de madera, con acabados curiosos, y detallados, se abrió, y la viejecita alegre salio al encuentro del señor tiempo, que ahora era un hombre jovial, rejuvenecido.
   Y mientras yo esperaba sentado, al pie de mi casa, miré el amor reflejado en los ojos de esa singular pareja, la ternura con la que el señor tiempo tomo las manos arrugadas y frágiles de la mujer, y las acarició.  Ella escondió su rostro, avergonzada de su aspecto, pero el tomó con su mano la barbilla de la anciana, y mirando sus ojos, para sorpresa mía, y de aquella mujer, la besó.
   Y es difícil saber que fue lo que sucedió, por que al apartar sus labios de los de el, ella ya no era una mujer vieja, era una alegre jovenzuela, de manos tersas, de mirada viva, y de cabello frondoso. Entonces, el señor tiempo tomo la mano de la joven, y juntos entraron a la también renovada casita, cerrando la puerta detrás de si. Y yo esperaba ahí, atónito, sin creer lo que veía: la casita poco a poco se desvaneció, dejando un campo de coloridas flores en su lugar. Ya no había rastros del señor tiempo, ni de su bella amante, la señora vida.
   Pero no fue sino hasta que te vi doblar la equina, que comprendí todo lo que había pasado, y me alegré, por que eres tu lo que yo estaba esperando, y ahora podremos pasar toda nuestra vida juntos, sin que el tiempo haga estragos en nuestro amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que bonito me gusto mucho

Anónimo dijo...

no entiendo :s