La
brisa se escabullía por la ventana del auto, mientras su distraída mente
observaba cómo un par de faros azulados iluminaban la carretera; las líneas divisoras
aparecían y desaparecían, intermitentes, infinitas. El aire traía un olor a
humedad, a fresco, a recuerdos; y el motor arrullaba su mente, evocándole imágenes,
rostros, palabras.
Una recámara
iluminada por la perezosa luz del alba; un aire enrarecido, frio y seco que se
filtra hacia su garganta; una cama que no es la suya, en una recamara que no es
la suya.
Las
curvas de la carretera no logran sacarlo de su cavilar; por primera vez, no
analiza lo que pasó, se conforma con recordarlo, con revivirlo aunque sea un
poco. A cada lado del camino, las luces mortecinas en complicidad con los
arbustos, forman sombras deformes, que sin parecer nada, lo parecen todo.
El
olor a fresco, a limpio de una cabellera suelta; sus dedos jugueteando con los
mechones de ese cabello. La respiración contra su cuello; serena, confiada,
tranquila. La luz nocturna se alcanza a filtrar por las cortinas e ilumina un
rostro que está acostumbrado a ver; pero nunca en esa situación: un rostro que
duerme, que sueña con Dios sabe qué; pero que parece estar feliz.
Las
luces de los carros contrarios apenas si logran distraerlo un poco de su mundo.
Señales le indican que aun falta un poco para su destino, que tiene tiempo de
seguir pensando sin pensar.
Labios
que dicen “vete”, y brazos que se afanan a su cuerpo; contradicción de ideas,
de sentimientos; él mismo no sabe si debe quedarse o simplemente irse; decide
buscar una excusa tonta y permanecer; ella insiste con palabras, pero acurruca
su cuerpo al de él, y poco a poco se queda dormida en sus brazos.
Un
foco en el tablero marca que el combustible es apenas el suficiente para
llegar a la próxima gasolinera, y decide prestar atención a las luces
distantes. Suelta un poco el acelerador, y el sedan se desliza aun más
silencioso por la carretera.
La
luz entra con más fuerza por las ventanas; a su lado la única persona con la
que ha pasado toda una noche simplemente abrazado, sin esperar más, sin buscar
más, sin necesitar más; dentro de él, un miedo se manifiesta: teme que ella se
arrepienta de amanecer junto a él, que las cosas se compliquen, que todo se
vaya al carajo; entonces la siente moverse
y voltea hacia ella; con los ojos abiertos y un poco desconcertada
voltea a verlo, se queda pensativa y avergonzada un instante; él siente que sus
temores están a punto de hacerse realidad; pero del rostro de ella desaparecen
el desconcierto y la vergüenza, entonces se acurruca junto a él, y pronuncia
las palabras que el jamás imagino escucharía de ella en esas circunstancias: “Buenos
días”.
A lo
lejos, las luces de una gasolinera lo sacan de su cavilar; reduce la velocidad, y
sale de la carretera. Baja del vehículo y se dirige a la caja. Llena el depósito
de combustible y aprovecha para revisar los niveles del auto, y la presión de
los neumáticos; ya no viaja solo, ya no puede darse el lujo de ser
irresponsable. Sube al auto, y lo pone en marcha; voltea al asiento del
copiloto, y ahí la ve a ella; dormida en un sueño ligero, pero tan tranquila y
feliz como la recuerda la primera vez que durmieron juntos, sin hacer nada más
que abrazarse. Se inclina sobre ella y le da un beso en la frente antes de
incorporarse a la carretera, y seguir el viaje que siempre quiso hacer con la persona
indicada.